Yo era un extraterrestre recién llegado a la Tierra. Venía a pasar unas semanas de vacaciones, pero mi nave se averió al intentar aterrizar y tuve que ir a la ciudad más cercana para llamar a la grúa.
Aún faltaban casi tres semanas para que llegase el verano, y el ambiente por suerte todavía no era caluroso. Para pasar desapercibido e integrarme entre los nativos, me puse una chaqueta de algodón, y me cubrí con una capucha. Así vestido, podía caminar cautelosamente sin levantar sospechas. Caminaba calle arriba y calle abajo, buscando entre casas y edificios, entre coches y las aceras, alguien que me pudiese ayudar.
Pero debía ser la hora de la siesta, o de la telenovela, porque no se veía a nadie en la calle. No había un alma. No había una sombra con quien poder hablar. Ni un turista perdido en bañador, ni una señora o señor, fregona y cubo en mano, refrescando el asfalto. No había niños jugando con su balón, ni jóvenes con su smartphone ocupando el parque o los portales de los vecinos.
De pronto, vi justo lo que necesitaba.
Ahora solo me hacía falta un boli y un trozo de papel, o mejor, unas monedas para realizar una llamada a casa…
“…Mi casa… teléfono, mi casa…”
¡Qué suerte, encontrarte justo con la mitad de lo que necesitabas!
ResponderEliminary con la mitad más difícil porque,
las monedas o el boli, son más fáciles de conseguir.
Espero querido extraterrestre, que ya estés en casa.
Bueno... Estoy en ello, esperando a la grúa...
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