sábado, 7 de agosto de 2010

Casi una lágrima

La situación

En una calle al amparo de miradas ajenas e indiscretas, una pareja a través de una ventana se lanza afiladas palabras. Se aman desde que se vieron, pero en su inocencia y los tres días que han pasado desde entonces, solo han conocido el tacto de sus manos sobre las manos. Jamás unieron sus mejillas, mucho menos sus labios.

Uno frente al otro, esquivando una maldita verja, se estudian en silencio. Los dedos de ella deslizándose sobre la palma de la mano de él, mano sobre mano, hasta alcanzar el precipicio. La nada, el vacío. Él no aprieta sus dedos, y los de ella se resbalan. Se rompe su tacto, su unión, y la magia. Ahora se miran y callan dando tiempo a que las palabras acudan y se forme algún susurro.

Las palabras

-No te vayas -dijo ella.

Tal vez entonces fue cuando él vió la lágrima: la cadena con el cristal que todo el tiempo había colgado de su cuello, ahora brillaba. Tal vez temblaba. Ese hermoso cuello, que tantas veces había querido llenar con sus besos. Más que una gema, cobró el significado de una señal, un augurio, o quizá una compensación porque era la única lágrima que él iba a ver en ella. Quizá ella sabía que aquello ocurriría.

-Tengo que hacerlo-contestó él.

Encaladas las palabras sobre blanco, escritas en negro, y hoy grises por los días pasados, lo pálido fue su rostro -el de él, sin duda-, lo triste el gesto de ella. No hubo beso. Aquello no podía parecer una despedida.

-Vete -le dijo al fin tras un minuto siempre eterno en su recuerdo-

-¿Ya está? ¿Eso es todo? -dijo él con más asombro que tristeza.

-Adiós.

Se movieron su labios, los de ambos, en una extraña mueca. Un murmullo o maldición que ninguno quiso que el otro oyese.

-Adiós -dijo él.

La despedida

No se volvió de nuevo cuando ya comprendió que no iba a sentir sus labios. Asintió con la cabeza y dió media vuelta. Se fue. Qué estúpido pensar que hubiere podido ser de otra forma. Se fue sin más. Ni un beso, ni un gesto de pena, dolor ni nada que expresase cuánto amor quedaría atado a tan gélida despedida.

Ella no lloró. ¿Por qué iba a hacerlo? Ya llevaba una lágrima eterna colgando de su cuello. Había sido un regalo de su primera cita juntos. Qué ironía.

Aunque nunca se besaron quedaron en la mente de él los labios de ella. Esos labios maravillosos que tantas veces había deseado. No los conoció. No podía echarlos en falta. Pero su sonrisa, los días que disfrutó de ella, quedaron para el eterno futuro.

Quizá ella se dió cuenta entonces de lo que había ocurrido. De porqué él se había marchado. No había ninguna razón, ni un deber a la patria, ni una obligación extraordinaria en su partida. Solo cabezonería. Quizá le dió pena entender que no querer besarle también fue bastante estúpido.

Ya nada podía hacer. ¿O sí? ¿Solo cabía resignarse?

El final

En el lugar donde sus manos se separaron, y sus miradas se estrellaron contra el suelo y las paredes, y muy cerca de la pequeña ventana que les había visto juntos por última vez, decidió ella escribir un mensaje.

Solo tres palabras que únicamente él podría entender si volvía al callejón de su adiós, porque tras la sonrisa están los labios, y después de sus besos -que nunca le ofreció-, solo una sonrisa muy especial podría hacerle pensar y regresar.