miércoles, 23 de febrero de 2011

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

Con el título ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Philip K. Dick creó en 1968 un cercano futuro que posiblemente más espectadores que lectores conocen a través de su versión cinematográfica. En efecto, me estoy refiriendo a la afamada Blade Runner (1982), dirigida por Ridley Scott.

Las diferencias entre el libro y la película son más o menos numerosas, y en algún caso importante.

Philip K. Dick imagina un mundo oscuro aunque cercano (la novela se desarrolla en 1992), profundamente contaminado por las radiaciones resultantes de la guerra Mundial Terminal. Debido a ello se han colonizado otros mundos y para ayudar a los colonos en sus tareas se les entrega un androide orgánico. Estos robots, llamados “andrillos” (replicantes) están prohibidos en la Tierra, y son tan similares a los seres humanos que solo se pueden identificar mediante un análisis de médula o un test de empatía, el test de Voigt-Kampff. Las agencias de policía de todo el mundo vigilan la reentrada de colonos en la Tierra y cuando sospechan de la llegada de un replicante pasan el caso a los “cazadores de bonificaciones”, funcionarios públicos que reciben una recompensa o bonificación por cada robot que retiran.

Rick Deckard es un cazador de bonificaciones de San Francisco que tiene el encargo de retirar a los replicantes que acaban de detectar en la ciudad. Pertenecen al nuevo modelo Nexus-6, con una capacidad empática similar a la de humanos con alguna discapacidad. A lo largo de la novela le surgen importantes dudas acerca de su trabajo y los sentimientos que encuentra en las personas y andrillos que conoce.

Lo que no dice la película

1. La radiación es un punto de partida para desarrollar la historia y presentar a los protagonistas.

Tras la guerra, el polvo radiactivo lo ha impregnado todo y ha acabado con casi toda la vida animal. Tanto es así que se describe la necesidad de usar protectores genitales para evitar que se dañen los órganos reproductores. Como es normal, este daño también puede llegar al cerebro. Cuando eso ocurre los afectados se convierten en “cabezas de chorlito” o “especiales”. En estos casos se prohíbe a esas personas abandonar la Tierra hacia las colonias marcianas, lugar que se plantea como nuevo destino paradisíaco en oposición a la vieja, ruinosa y contaminada Tierra, llena de kippel, es decir basura o escombros. En este mundo ruinoso la televisión y la radio están bajo control estatal, y se emite un programa sin fin de dudoso contenido propagandístico a cargo del Amigo Búster.

2. Los animales son un elemento de distinción social.

En este extraño futuro tener un animal como mascota se ha convertido no solo en un lujo, sino en un elemento de distinción social y de diferenciación, por ejemplo respecto a los replicantes, que teóricamente son incapaces de sentir empatía por otro ser vivo y cuidar de él.

La importancia social y humana de poseer un animal hace de esta demanda una curiosa industria: animales-robots, cuya finalidad es la de ostentar la humanidad de quien no posee la capacidad económica para comprar un animal auténtico.

Buena parte de los animales se han extinguido y su valor se cotiza en el catálogo de Sidney, publicación periódica que tasa el valor de los animales vivos, desde grillos hasta caballos. El protagonista plantea su necesidad de adquirir un animal grande, porque así se sentirá mejor consigo mismo, será más humano.

3. Las creencias.

El libro recrea una nueva religión, una especie de movimiento místico con el cual las personas entran en un tipo de trance y tienen visiones y comparten sentimientos entre ellas. Esta religión, el Mercerismo, desarrollada por Wilbur Mercer, curiosamente necesita y se apoya en el uso de un aparato electrónico: “la caja negra de empatía”.

Además los humanos usan un generador u “órgano de emociones Penfield” para provocar sus sentimientos y poder experimentar emoción, placer, angustia, etc.

4. Los personajes

Los robots replicantes son parte fundamental de la trama. Creados originalmente como soldados (Luchador Sintético por la Libertad), pronto son adaptados como androides civiles y parte esencial en la colonización de Marte.

Rick Deckard, el protagonista y cazador de bonificaciones, es un funcionario al servicio de la policía. Está cansado de su trabajo y ansía poder comprar un animal auténtico para sentirse más humano antes de retirarse. Está casado y durante varios capítulos recibe ayuda de un compañero.

Por otra parte, el papel del replicante principal de la película, Roy Baty, en el libro tiene un protagonismo bastante discreto, mientras que son más relevantes las intervenciones de: el cabeza de chorlito, John R. Isidore y su amiga Pris; la cantante Luba Luft (la bailarina de la serpiente en la película), y por supuesto la inolvidable Rachel, de la Rosen Association, fundamental en el desenlace y con una relación mucho más cercana tanto al protagonista humano como al grupo de replicantes, especialmente, a la mujer de Roy, Irmgard.

En fin, una lectura extraña, porque inevitablemente Rick Deckard tiene el rostro de Harrison Ford, y Roy Baty no dice nada similar a aquello de “He visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión...He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser...Todos esos momentos se perderán... en el tiempo, como lágrimas...en la lluvia..."

El protagonismo en ese sentido se invierte en los personajes de la película. El libro es raro. La película... para volver a verla.

miércoles, 16 de febrero de 2011

El amor en la basura

En alguna ocasión recuerdo que he afirmado que no me gusta ser convencional. ¿Pero qué es lo convencional?

Considerando que nunca es tarde si la dicha es buena, buen momento podría ser hoy como cualquier otro para hablar del amor puesto que, justamente no hoy, sino hace dos días, se celebró, o celebramos, la fiesta institucionalizada del amor, o mejor, de los enamorados. O sea: San Valentín.

El amor, como sentimiento universal se manifiesta en casi todos los seres vivos. Pero volvamos a la originalidad como un valor en alza. Ya saben: hacer o decir cosas, inventar o imaginar lo que posiblemente nadie haya hecho. Aunque no olviden en este punto que ya rozamos los siete mil millones de habitantes en el planeta. ¿Qué hay de original en cada uno de nosotros si no podemos obviar la inevitable influencia de quienes nos rodean y el enriquecimiento personal a nivel social que supone el contacto con otros seres humanos?

El amor, ¿qué quieren qué les diga? ¿Qué hay más hermoso que decirle a alguien que le amas y necesitas, que sus ojos te iluminan cada mañana? Podemos pretender ser originales en este mensaje, pero no hay nada tan eficaz como el eterno “Te quiero”, o “Te amo”.

Sin embargo, por muy original que uno sea en cualquier ámbito de su vida, no me negarán que el detalle de usar un contenedor de la basura como propio contenedor del mensaje, es cuanto menos, algo inapropiado... Por lo menos, así es como yo lo veo: original, sin duda, pero quizá algo torpe o con poco gusto. Aunque ya saben, que lo que cuenta es la intención, y que para gustos los colores...