domingo, 30 de diciembre de 2012

¿Otro árbol de Navidad?

Hace unos días traía a estas páginas la imagen del árbol navideño instalado este año en el Ayuntamiento.

Hoy subo la foto de otro árbol de Navidad de nuestra ciudad, pero, en esta ocasión, su visión me inspira pensamientos muy distintos que compartir, porque es curioso y extraño lo sencillo que resulta en ocasiones descontextualizar un elemento.

Y no estoy hablando de grandes procesos, sino de pequeños gestos o ligeras modificaciones. Por ejemplo estoy pensando en las películas de terror. Se trata de un género que no me gusta, pero en ocasiones he tenido curiosidad de ver algún fragmento, a veces incluso una cinta entera. ¿Trucos? Efectivamente el más habitual y socorrido, y el que usamos la mayoría de espectadores que no gustamos de los que estamos viendo, es sencillamente mirar a otro lado, o directamente cerrar los ojos. Eso es muy efectivo sobre todo si estamos con alguien. Pero, ¿y si estamos solos? Si no nos acompaña nadie en nuestra sesión de miedo, recomiendo bajar el volumen, o dejarlo en mute. El cine de miedo moderno, actual quiero decir, (por supuesto el cine mudo es otro mundo), pierde todo o casi todo su sentido sin sonido. Sin efectos ni golpes sonoros en los momentos de máxima tensión, las imágenes se convierten en una sucesión de absurdos, a veces persecuciones, a veces resucitados, que dejan mucho que desear.

En fin, no creo que la imagen del árbol de Navidad de la plaza de Santa María represente propiamente una escena de miedo, sobre todo si atendemos a su decoración actual. Pero si le quitamos el componente navideño y lo imaginamos con un cielo más o menos tétrico, creo que perfectamente podríamos encontrarlo en cualquier subproducto televisivo de otras épocas del año, como por ejemplo Halloween, o tal vez en una nueva entrega de Poltergeist. ¿No os parece?

jueves, 20 de diciembre de 2012

Hablar por los pies

Reconozcámoslo: coger los bajos de los pantalones era, o ha sido, una tarea tradicionalmente atribuida a la mujer de la casa, especialmente la madre. Ella era la que se encargaba de fijar la altura mínima de las prendas que nos quedaban largas, después de breves sesiones en las que primero nos ponía unos alfileres, y luego nos hacía andar con el calzado más habitual para que el pantalón quedase a la altura apropiada en la que se viese el zapato, pero no el calcetín.

Obviamente la época en los que las madres disponían de ese tiempo, y las mujeres daban clases de costura en el colegio, mientras los niños hacían manualidades, por suerte terminó hace mucho.

El resultado, es que los niños no aprendimos nunca a coger una aguja, por supuesto mucho menos a remendar una camisa, y que las niñas -ya mujeres y en igualdad de condiciones- participan de ese mismo desconocimiento. ¿Por qué los chicos no aprendimos, ni aprenden hoy, a coser en el colegio y sí a soplar por una flauta? Sería una buena pregunta para el ministro de educación.

Mientras tanto podemos ver una escena de los perjuicios que esta decisión provoca, con otra cuestión que ahora me pregunto. ¿Hablará este joven por los pies?

miércoles, 12 de diciembre de 2012

El árbol de Navidad. Elche 2012

“Ya está aquí, por fin la Navidad llegó,

con sus dulces y turrón, villancicos y polvorón,

con sus luces de color, y el Belén y el árbol

con la estrella sobre lo más alto…

…”

Pero, pero… Un momento… ¿Dónde está el árbol? ¡No hay árbol!

El tradicional pino, o abeto navideño, ha sido sustituido, como ya ocurrió el año pasado, y quizá debiéramos añadir que muy acertadamente, ha sido reemplazado digo, por una estructura luminosa en forma de cono.

¿Cómo? Sí: cono. Quizá nadie se haya percatado de ello, pero esta forma característica la asociamos sin dificultad al árbol apropiado de estas fechas, muy posiblemente gracias a la pareidolia. Así que nadie piense en la casualidad por la forma de la estructura elegida para decorar con luces, ya que precisamente los árboles que adornan estas fiestas pertenecen a la familia de las pinophytas. ¿Y este nombre tan raro? Probemos con este otro: familia de las coníferas. Por este motivo el cono de Navidad nos recuerda al árbol de Navidad.

¿Es mejor así? Pues no lo se. Pero sin conocer el consumo eléctrico de esos cientos de leds, ni el impacto ambiental que genera la fabricación metálica de la estructura (y supongo que no habrán construido una sola, sino que habrá salido de una cadena de montaje), para mí  sin duda es preferible a la tala de un pobre árbol, pero feliz pino o abeto, allí donde esté. Incluso aunque éste haya sido plantado con el único propósito de ser el perchero de las luces de Navidad.

Así que sea bienvenido el cono de Navidad,  y que se pueda reutilizar durante muchas más fiestas navideñas en el futuro, y que todos lo disfrutemos.

Y ahora tú: ¿Comprarás un árbol natural, o uno de plástico o metal que también puedas usar el próximo año y los años venideros?

lunes, 3 de diciembre de 2012

El hombre invisible

Herbert George Wells publicó El hombre invisible en 1897. Es una obra clásica dentro del género de ciencia ficción, y ha sido llevada al cine en numerosas ocasiones. La penúltima versión de ellas (seguro que no tardarán en volver a versionarla), se estrenó el año 2000 con el título El hombre sin sombra. La dirección corrió a cargo de Paul Verhoeven, y fue protagonizada por Kevin Bacon. A pesar de que la película tomaba la idea principal de la obra de Wells, al igual que otras versiones no tiene nada que ver con la novela.

El hombre invisible consta de 28 capítulos y un epílogo, y se divide en tres partes claramente diferenciadas. En la primera parte se presenta el protagonista como alguien misterioso que se aloja en una fonda de Iping, donde suceden algunos acontecimientos extraños. Durante esta parte, el narrador se refiere a él como “el huésped, el visitante, o forastero”. En la segunda parte asistimos a su huida y búsqueda de un compinche, convertido ya en “el hombre invisible”; y por último el protagonista toma conciencia de su poder, e intenta imponer su propia ley. En esta última parte, el narrador se refiere a él por su nombre: Griffin. La acción transcurre durante finales del siglo XIX y se desarrolla durante pocas semanas.

A lo largo de las tres partes de las que se compone el relato, vamos viendo una evolución del personaje. Vemos cómo el personaje se mueve de la soledad y la frustración inicial hasta un estado de desesperación que le sume en una profunda ira. Dominado por este estado, el hombre, convertido en científico, se transforma en un monstruo, un ser sin conciencia al que no le importa ejercer la violencia para alcanzar su fines, y cuya meta no será otra que la del poder absoluto desde la más ciega vanidad. Y de esta forma, en las últimas páginas vemos al hombre invisible convertido en un loco, en alguien que se cree mejor que los demás porque ha realizado un gran descubrimiento: la invisibilidad.

El final es ciertamente impredecible, y el estilo de Wells tiene una agilidad y ritmo propio del relato periodístico, con la sensación de que estamos ante un relato verídico, narrado con gran cercanía, como si el autor/narrador hubiese hablado con los protagonistas y se hubiese documentado de primera mano. Estas artimañas narrativas tan efectivas son las mismas que encontramos en La máquina del tiempo (1895), y que luego Wells repetirá en La guerra de los mundos (1898).

En fin, lamento que no haya versiones cinematográficas modernas fieles a la novela, aunque seguro que todo se andará, porque estamos ante uno de esos clásicos imprescindibles, y totalmente recomendable.