lunes, 29 de octubre de 2012

Si quieres tíralo, pero mi corazón es tuyo

Acostumbrados a los mensajes siempre más o menos escuetos, a los habituales y recurrentes “A quiere a B”, y a los corazones clandestinos ocultos sobre mesas, bancos o portales, representa una gran alegría encontrar esta pequeña historia que nos permite imaginar a las personas, sus sentimientos y palabras y a su pequeño gran mundo.

En las inmediaciones del parque que hay junto al Palacio de Congresos (Elche), esta ofrenda o declaración se convierte en un pequeño poema, una canción desesperada que grita por una oportunidad.

Canciones… precisamente esta pintada recoge la última estrofa de la canción , de Soriano (componente de FK Creew), publicada en 2007 en el álbum Sin motivo aparente, producido por el propio Soriano y Jayder:

Eres mi religión, eres mi magia,
siempre que te miro tu sonrisa me contagia,
eh, te digo esto mientras me trago el orgullo,
si quieres tíralo pero mi corazón es tuyo.

 

De nuevo un grafito nos lleva hasta una canción rap. ¿Podemos afirmar que los raperos son los poetas del siglo XX-XXI? ¿Se trata solo de una continua rima ripiosa? ¿Se debe ignorar la musicalidad interna? ¿Podemos pensar que sólo son frases ingeniosas atadas entre sí en una avalancha de provocación, originalidad o descaro?

No me gusta el rap. No me ha gustado nunca, y no voy a negarlo. Pero estas frases son algo más que palabras. Hay ingenio en su elección, y la rima, aunque ripiosa, existe. Posiblemente desde un punto de vista técnico, atendiendo a la métrica tradicional, no sea un “buen poema”, pero las palabras suenan bien, y precisamente no debemos olvidar que estamos ante una canción. Y más aún, hay un mensaje en estas palabras, y amigos: nada hay tan universal ni tradicional, como un “poema de amor”. ¿Todavía van de modernos quienes escuchan rap? Pues no hay nada moderno en una canción, poema o dedicatoria de amor. Y esto, permitid que os diga, se merece un aplauso y mi admiración.

lunes, 22 de octubre de 2012

El planeta de los simios

Pierre Boulle publicó en 1963 El planeta de los simios. Franklin Schaffner dirigió la primera película en 1968 y la protagonizó el por entonces muy aclamado Charlton Heston.

Dos años después llegó una segunda parte (Regreso al planeta de los simios) y en los años siguientes, a razón de película por año: Huida del planeta…, Conquista…, y Batalla por… Simultáneamente a esta última entrega se estrenó una miniserie de televisión. Tim Burton dirigió una nueva versión en 2001 con Mark Wahlwerb en el papel protagonista, y hace apenas un año llegó a las pantallas El origen del planeta de los simios (2011), que parece ser una precuela de la obra de Boulle y de toda la franquicia cinematográfica, aunque la productora desmiente cualquier relación con la saga existente y habla de nueva versión.

El planeta de los simios es una original novela de ciencia ficción, muy breve, dividida en doce capítulos y situada en el año 2500, en la que el periodista francés Ulises Mérou narra su periplo espacial junto a sus compañeros, el profesor Antelle, y el físico Arturo Levain. Los tres llegan a un planeta de la constelación de Betelgeuse, planeta que el propio Ulises bautiza como Sóror. Allí encuentran una civilización de simios, (chimpancés, orangutanes y gorilas), que centran su desarrollo en los experimentos biológicos sobre humanos, seres en este mundo sin alma, ni conciencia, ni inteligencia. Estos simios conocen la electricidad, tienen televisión y aviones, y son capaces de colocar en órbita satélites artificiales.

Las diferencias con la película son notables, y la novela, cómo en tantas ocasiones, es bastante más inteligente que la cinta.

Algunas diferencias notables:

La nave de los protagonistas del libro queda en órbita, y éstos amerizan en una nave auxiliar de exploración.

El protagonista, el periodista Ulises Mérou, no logra establecer comunicación al principio con los simios porque éstos hablan su propia lengua, y debe esforzarse por aprenderla mientras intenta enseñar algunas palabras en francés a a la joven Zira. En la película original, el astronauta George Tylor, no puede comunicarse porque en la cacería inicial resulta herido, muy convenientemente, justo en la garganta.

El prometido de Zira, Cornelius, es un joven prometedor, muy sabio y con gran capacidad de decisión, con amistades entre reconocidos biólogos y arqueólogos. En la cinta, llamado en la versión en español Aurelius a pesar de los títulos finales que lo confirman como Cornelius, es un joven pusilánime, sin ningún carisma, ni personalidad.

El propio Ulises es un personaje inteligente, decidido, que despierta admiración entre los simios que le protegen, e intenta hacer ver el valor de la raza humana. Tylor parece una persona ruda, que provoca más pena por su torpeza (cuando insiste el robarle la libreta de notas a Zira), que por su situación.

En cuanto al final, solo hay que recordar que el autor es francés, así que no cabe esperar la presencia de símbolos de otra nacionalidad. En el libro no hay paseo por la playa, pero la relación del protagonista con Nova, la humana que allí conoce, es más íntima, y el final se hace esperar más allá del momento que creemos que va a ser el culmen de la historia.

Se trata de una obra muy recomendable, muy amena y de ágil lectura, y creo que podemos hablar de un clásico de la ciencia ficción moderna.

lunes, 15 de octubre de 2012

MIR 37/2.8

El MIR-1B 37/2.8 es una óptica ligera pero robusta, construida íntegramente en metal, de reducidas dimensiones y fabricación rusa.

Con un  peso aproximado de 180 gramos, y un ancho máximo de unos 57 milímetros, la lente exterior incorpora una rosca estándar para filtros de 49mm. Por el otro extremo, el destinado a la montura, dispone de una rosca también estándar, tipo M42, es decir de 42mm. Yo lo uso con un anillo adaptador con confirmación de enfoque para una Canon EOS 400D.

El MIR 37/2.8 es un objetivo que puede ser muy interesante, porque al montarlo sobre las actuales cámaras réflex de consumo, de los principales fabricantes, se convierte, aproximadamente y al aplicar el factor de multiplicación correspondiente, en un 59mm para el caso de Canon, o un 55,5 en el caso de Nikon.
Lo primero que llama la atención es su tamaño compacto, su acabado exterior metálico, y la lente exterior, con una graciosa forma cóncava. Tal es la curvatura de dicha lente, que el cuerpo del objetivo se ve obligado a prolongarse unos milímetros para poder alojar el anillo de filtros, con la mera finalidad de que éstos no rocen la óptica al ser colocados. En torno a la lente exterior figura la marca y modelo del objetivo en caracteres cirílicos y su número de serie. En la parte posterior del objetivo se encuentra el anagrama que identifica la marca.

Mi unidad la recibí en un cubilete de plástico transparente y tapa negra, perfectamente construido para contener a este pequeño. Además, de manera muy original, la tapa incorpora una rosca M42 que permite que la óptica viaje unida a ella, en el centro del cubo sin tocar las paredes, y boca abajo. Efectivamente, cuando abrimos el cubo desenroscando la tapa, el objetivo permanece unido a la tapa y sale con ella.

El cuerpo del objetivo dispone de tres anillos diferentes. Algo verdaderamente extraño y que obliga a un pequeño ejercicio de investigación para poder averiguar sus funciones. Uno de ellos, el más próximo a la cámara, es el anillo de enfoque. El enfoque con esta lente es extremadamente largo: el anillo gira hacia la izquierda algo más de 270 grados. Además es algo perezoso y hay que aplicar más fuerza de la deseable para su cometido, o al menos, así es en la unidad que yo poseo. Las distancias de enfoque están grabadas en blanco sobre dicho anillo y expresadas en metros. El enfoque mínimo se sitúa entorno a los 0,7m. y por supuesto, llega hasta infinito, incluso al usarlo con el anillo adaptador. Para el cálculo de la profundidad de campo, muy oportunamente están grabados los números f/ en la base del objetivo con las correspondientes indicaciones. Esto es especialmente de agradecer al intentar enfocar a ojo mirando directamente la distancia que nos separa del objeto a fotografiar.


El segundo anillo es el destinado a la elección del diafragma. El diafragma consta de 10 palas y, al contrario que el enfoque, se mueve con generosa suavidad. Lleva marcado un vistoso punto rojo y no dispone de ninguna indicación de salto de paso, ni de diafragmas intermedios: simplemente lo hacemos girar y las palas se cierran o abren libre y progresivamente.
El tercer anillo va unido al segundo, y es una especie de bloqueo del diafragma. Ahora intentaré explicar su funcionamiento. Está situado en la parte exterior de la lente, en la parte más alejada de la cámara, y lleva grabados los números f/ desde una apertura máxima 2,8 hasta una mínima de f/16. Sobre este anillo hay otro punto rojo grabado en el propio cuerpo del objetivo que sirve para indicar en que posición lo hemos fijado. Este tercer anillo tiene dos peculiaridades que nos pueden confundir los primeros días de uso o hasta que descifremos su funcionamiento exacto.
En primer lugar la numeración está expresada al revés. Tal como suena: cuando queremos abrir el diafragma y giramos a f/2.8 en realidad estamos cerrando las palas, haciendo la entrada de luz más pequeña y por tanto ganando profundidad de campo (!!!). Ocurre lo inverso cuando giramos hacia f/16: las palas se abren consiguiendo la máxima entrada de luz con la consiguiente reducción de la PDC. No entiendo cómo es posible ni a qué se debe, o si se trata de un error (o una broma), y cuesta acostumbrarse, pero es así, por lo menos, insisto, en la unidad que yo poseo. Así que olvidaos de mirar la información impresa en la óptica para ajustar el diafragma porque lo que muestra es justamente lo inverso de lo que realmente ocurre. A mitad de recorrido de este anillo la posición f/5.6 debe ser la única indicación fiable, y cuando lo fijamos en torno a f/4 en realidad debemos estar aproximadamente sobre f/8… En fin, son necesarias varias pruebas hasta acostumbrarse y realizar los ajustes según las indicaciones internas del fotómetro de nuestra cámara.
En segundo lugar este anillo funciona como un limitador para el diafragma máximo que queramos usar. Nunca había leído u oído hablar de una función similar, pero es ciertamente interesante. Espero saber explicarme. Para su cometido tiene definidos los saltos de diafragma a f/16, 11, 8, 5.6, 4 y 2.8. Funciona de la siguiente manera: si lo fijamos en la mínima apertura, es decir en f/16, podemos girar libremente el segundo anillo en todo su recorrido, o sea, desde el máximo f/2.8 hasta f/16. Sin embargo, si movemos este anillo y lo bloqueamos, por ejemplo en f/5,6, automáticamente el giro del segundo anillo se reduce desde éste f/5.6 a f/2.8 y no nos permite ir más allá. Igualmente si lo fijamos en f/2.8, el segundo anillo quedará bloqueado a la máxima apertura y no podremos girarlo sin modificar primero el valor de este tercer anillo.
Por último, en lo referente a la calidad que podemos obtener con esta lente, que es lo realmente importante, creo que es mejor que atenerse a las imágenes publicadas.
Para las tomas macro he utilizado un aro T2-M42 a modo de anillo de extensión antes de montarlo sobre el anillo conversor. Al hacerlo, la distancia mínima de enfoque se reduce considerablemente y se sitúa en torno a los 4-5 centímetros. Se pierde el enfoque a infinito y la profundidad de campo es igualmente reducida a unos escasos milímetros, sin apenas diferencias usando una u otra apertura.

Mi conclusión final es que se trata de una óptica robusta, de gran calidad pero ciertamente difícil de domar. El enfoque a 2,8 es terriblemente complicado aún con la ayuda de un anillo provisto de confirmación, con lo que no descarto adquirir en el futuro una pantalla de enfoque partido. Por lo demás, atendiendo a su calidad, tamaño y volumen, creo que es una buena elección para fotografía sin presión, de relax y experimentación, pero poco adecuado para sujetos en movimiento. Además se trata de una buena pieza para iniciar una colección o sumarla a ella si ya tenemos varias ópticas.

Para ver algunas muestras os dejo los enlaces siguientes:
 

lunes, 8 de octubre de 2012

2010: Odisea dos

En 1982 Arthur C. Clarke publicó 2010: Odisea dos. Como su título indica se trata de la segunda parte de la saga que inició 14 años antes con 2001: Una odisea del espacio.

2010: Odisea dos es una secuela lógica que viene a completar algunas lagunas planteadas, no tanto por la novela, sino por la adaptación cinematográfica que Stanley Kubrick hizo de la primera parte de la saga (1968). Para esta segunda parte, fue Peter Hyams el director encargado de llevarla a la gran pantalla (1984) con el título 2010: El año que hicimos contacto.

Para dar continuidad a la acción Clarke recurre a algunos personajes de la novela anterior. Entre ellos está el doctor Heywood Floyd, uno de los escasos protagonistas secundarios de aquella ocasión, convertido ahora en actor principal de la trama, junto a  Sivasubramanian Chandrasegarampillai, por suerte abreviado bajo el título de doctor Chandra, creador del superordenador HAL (Heuristic ALgorithm) 9000, e incorporado a la misión para hacer revivir sus sistemas. Es también destacable la presencia de personajes femeninos en esta ocasión, totalmente ausentes de aquella primera parte, junto a otros de distintas nacionalidades.

2010 aprovecha el final desconcertante de 2001 para enviar en esta entrega a un equipo internacional de investigación o rescate a la nave protagonista de la historia anterior, Discovery, por suerte estacionada en la órbita de Júpiter, cerca del artefacto que entonces descubrieron en la misma zona (por supuesto en la película, porque la trama de la novela les conducía a Saturno).

2001: Una odisea espacial me gustó y tenía curiosidad por ver y leer la segunda parte. No me ha defraudado, pero tampoco me ha entusiasmado tanto como entonces. Esta segunda novela es bastante más larga que la anterior, prácticamente el doble de páginas, y hay una docena de personajes frente a los tres que había entonces (el comandante Bowman, HAL y el monolito). Pero cuando llegué al final de este libro la primera sensación que me asaltó fue “¡qué barbaridad, menuda exageración!”. Y entiendo que se trata de una obra de ciencia ficción, y que con la ficción el autor puede llegar a donde quiera. Pero la línea entre la ficción y la fantasía es ínfima y pienso que la ciencia ficción no solo debe parecer posible, sino que tiene que ser creíble. Y el final de esta obra no me parece en absoluto creíble aunque tenga su explicación científica.

Igualmente la película carece de la profundidad del mensaje de la versión de Kubrick y el relato se presenta bastante simplificado, casi descafeinado, para convertirlo en un producto meramente comercial y de consumo.

Por lo demás, el libro está bien planteado con una historia, salvo el final, ciertamente sólida, aunque el autor se ve obligado a recordar la novela anterior en varias ocasiones, e incluso necesita retroceder a sucesos previos a aquella historia para justificar algunos acontecimientos que ocurren ahora.

En fin, concluido este episodio debo confesar que ahora me queda una curiosidad innegable hacia las otras dos novelas que continúan y concluyen esta saga: 2061 y 3001, y que seguramente abordaré en breve.

lunes, 1 de octubre de 2012

Tu peor foto

Hará pocos meses, no se bien en qué blog o web, pero muy posiblemente dedicado a la fotografía, leí que un usuario se quejaba del botón de borrado de su cámara hasta el punto de afirmar que los fabricantes no deberían incluirlo en ningún caso.

Recuerdo que aquello me hizo pensar: ¿cuántas fotos hacemos y cuántas más borramos? ¿Es preferible borrar in situ la foto que no nos convence, o es más acertado dejar esa decisión para la tranquilidad de la tarde del domingo cuando revisemos la sesión realizada? Es más: una vez guardada y clasificada la foto, ¿seremos capaces de borrarla? ¿borraremos una foto que guardamos en su día tiempo después, cuando hagamos revisión o limpieza de nuestro archivo?

Tengo muchas dudas sobre esta última cuestión, porque una foto que no borramos inmediatamente, sino que la guardamos, y que meses o años después encontramos entre las imágenes de cumpleaños o vacaciones y viajes, me cuesta creer que podamos eliminarla así como así, sin dudas ni un atisbo de culpabilidad, cómo si esa imagen congelada en nuestro disco duro ya tuviese derecho a quedarse ahí para siempre entre el resto de nuestros recuerdos “útiles”. Aún incluso sobre eso añadiría: ¿realmente tenemos derecho a borrarla precisamente ahora, si no lo hicimos en el momento que tomamos la foto, o cuando decidimos pasarla al disco duro?

En cualquier caso yo recomendaría no precipitarnos, porque ya habrá tiempo luego en casa de borrar una imagen, o incluso de compararla con sus gemelas anterior y posterior. En este sentido, creo que es preferible la duplicidad de fotos que la posibilidad de arruinar una bonita, o por lo menos curiosa imagen. Porque, ¿quién nos asegura que una mala toma no puede sernos útil quizá para participar en un concurso de “Tu peor foto” o para una nueva entrada de nuestro blog?