miércoles, 22 de diciembre de 2010

Las postales navideñas

Para gustos los colores es lo que siempre se ha dicho.

Permitan que les cuente algo en las líneas que siguen acerca de las postales de Navidad. Lo cierto es que no puedo dejar de observar las decenas de paquetes con postales navideñas que se amontonan en puntos estratégicos de los centros comerciales, de diferentes marcas sin pretendido ánimo de lucro, que intentan hacer su navidad como cualquier otra industria. La suya, por supuesto, damos por entendida que viene en provecho de otros que más lo necesitan, como suele decirse...

El pensamiento que hoy trae estas palabras aquí viene precedido del hecho, tan cuestionable como opinable, de que en todos esos paquetes de postales siempre hay uno o dos diseños o modelos, que rompen la estética del conjunto.

Tomemos un ejemplo cualquiera, por supuesto al azar y sin entrar en marcas concretas. Cojan una de estas cajas de mensajes navideños y observen la temática. Con certeza tendremos más o menos estas imágenes: una representación del típico belén, (con suerte tal vez incluso alguna obra clásica); la típica estampa del paisaje nevado (con casita o solo el bosque, pero siempre con el cielo bien estrellado); los renos voladores tirando del carrito de quien ya saben, (la luna al fondo es opcional); el mullido árbol de navidad lleno de cajas de colores en un conjunto bien colorido, no apto para daltónicos; una vela encendida, por supuesto rodeada de guirnaldas con aspecto evidentemente navideño; y luego de repente: ¡pum!, cogen y nos ponen, qué se yo, al muñequito de jengibre, o una botella en la que el tampón sale con las burbujas...

¿No notan que tiene poco que ver con el resto de imágenes tradicionales y evidentemente sobrias de la Navidad del conjunto?

Es como si dijesen: “Toma: cuatro postales de la Navidad tradicional, y una o dos que nada tienen que ver, para que se las coloques a ese compañero de trabajo o antiguo amigo del colegio que no nos importa demasiado, pero al que hay que enviarle una postal”.

En fin, en estos días es lo que hay.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

La amenaza de Andrómeda

Michael Crichton (también pueden encontrarlo erróneamente como Chripton) es el autor de esta novela. De su obra, ésta es también la primera que luego fue llevaba al cine en 1971 por Robert Wise. Por si aún no han caído, habrá quien seguro también le recuerde por la saga de novelas (luego películas) de los dinosaurios. En efecto, se trata del mismo autor.

Yo tenía muy buen recuerdo de la película homónima y llevaba meses intentando volver a ver aquella versión original, y no el "rehecho" del mismo título de 2008.

En esos pensamientos estaba, cuando casualmente me crucé en el autobús con alguien que leía la novela. Me di cuenta que mejor, más fácil y rápido que intentar volver a ver la peli, era leer el libro.

El mismo día conseguí el título en formato .fb2 y crean si les digo que es una obra que se tarda en leer poco más de lo que se consume en digerir la película.

Por supuesto, la película es una gran adaptación: cientos de hilos cinéfilos no pueden admitir otra cosa, pero como suele ocurrir, el libro contiene pensamientos y recuerdos de los personajes que difícilmente pueden ser reflejados por los actores o un director de cine.

El acierto del relato además se plantea como si realmente se tratase de un hecho verídico, y eso sin duda le da más fuerza. Por si esto fuera poco, se añade al final varias páginas con bibliografía y publicaciones de prensa en los que basó el autor.

Sin duda, una lectura muy recomendable.