martes, 25 de enero de 2011

Parecidos razonables

La pareidolia es la capacidad de la mente para convertir un objeto o imagen cualquiera en una imagen más familiar, y hacernos ver rostros o caras allí donde solo hay manchas o sombras. También es posible creer distinguir otros elementos antropomórficos como manos, ojos, y en general cualquier objeto de uso común, así como otros seres vivos (como ejemplo recuerden los nombres y supuestas formas de las diferentes constelaciones).

Así se explican también las “famosas caras” que la prensa y el público creyeron distinguir o apreciar en algunas de las cientos de miles de fotografías de la superficie de Marte o la Luna. Y sin entrar en las acciones a propósitos fraudulentas, existen casos similares de caras, manos y hasta incluso formas humanas completas sobre piedras, flores o verduras, accesibles a su consulta con facilidad desde cualquier buscador de la red.

Para una demostración práctica de lo que les estoy hablando basta con mirar fijamente una pared de gotelé o un suelo de granito. Observen detenidamente, incluso si quieren con la vista en blanco, y verán como en poco tiempo su cerebro imagina caras u otras formas entre las manchas. No las busquen a propósito y verán como “aparecen”.

Algo parecido ocurre con algunas fotos. Fotografías algo y cuando lo miras con atención y tranquilidad te das cuentas que te recuerda otra cosa que nada tiene que ver con el objeto en cuestión.

Observen un momento la foto que hoy les traigo, y díganme: ¿no les recuerda a Lord Vader?

domingo, 16 de enero de 2011

Mi nueva funda para el Papyre 5.1

Superado el día 10 de enero quedan atrás los máximos días de cruce de regalos del año. De uno de ellos hoy les quiero hablar. Y como bien habrán podido adivinar, se trata de una funda para el Papyre 5.1.

En efecto, no están equivocados al recordar que este modelo ya se suministra con su propia funda: una especie de tapas de polipiel que imitan el aspecto de un libro, mejor una agenda, que personalmente me resultan desagradables al tacto precisamente por ser extremadamente tan suaves como lisas.

Por ello desde el primer día que llegó a mí este lector, tenía bastante decidido que debía buscar una funda alternativa que resultase práctica y a la vez funcional en cuanto a tamaño, discreción y, por supuesto, protección.

En esa búsqueda el tamaño precisamente era fundamental, porque unas tapas demasiado grandes anulaban la posibilidad de transportar al pequeño papyre o de hacerlo más llamativo de lo que ya realmente es.

Si bien le he dado uso a las tapas originales durante casi un año, fue justamente hace un par de meses cuando me decidí a empezar a transportarlo “al aire”, o sea desnudo, directamente dentro de los anchos bolsillos de la chaqueta de diario o de la bolsa que suelo llevar. (Sobre el uso de estos accesorios por hombres tomo nota para hablarles de ello en otra ocasión).

Sin embargo, comprendida y aprendida la temeridad de llevar este dispositivo sin protección (justamente la cámara que llevo encima también a diario, estos días sin funda, ha sufrido una “marca de transporte”), fui a encontrar la solución en un “Todo a Euro”, en efecto regentado por asiáticos.

El envase perfecto más allá de todo lujo, en absoluto llamativo, y muy bien recubierto para proteger mi libro electrónico resultó ser un sobre de burbujas, de esos mismos destinados al envio por correo de elementos más o menos delicados.

Un sobre de este tipo y tamaño es muy económico (60 céntimos), y permite incluso disimularlo con un sello y una dirección como si efectivamente se tratase de una carta cualquiera que ese día uno ha recogido. De hecho, esa es la idea de ciertas fundas de diseño, y mucho más caras, destinadas a portátiles y dispositivos similares (si tienen curiosidad tecleen en su buscador habitual "funda portátil sobre" y verán en la primera dirección que aparece a qué me estoy refiriendo).

Ciertamente estaba satisfecho con la ocurrencia porque venía a cubrir lo que estaba buscando a la espera de otra solución que se ajustase todavía mejor al papyre.

En eso estaba cuando me sorprendieron con el regalo de un pequeño bolso o funda de la todavía muy original Kukuxumusu.

Encaja como un guante y está realizado con la sintética viscosa, tan usado en las actuales fundas y maletines para portátiles. Viene con un enganche y correa para llevarlo a la cintura o al hombro, que obviamente no voy a usar (el enganche es posible incluso que lo descosa si noto que abulta demasiado) y como adornos destaca el propio diseño, como siempre tan originial como divertido, y un pequeño botón metálico con la marca en la trasera del bolso, forrado en su parte interna, para no dañar lo que pongamos dentro.

Lo dicho, mejor que el sobre de burbujas y con todas sus ventajas en cuanto a protección y discrección. Una opción muy recomendable para transportar su papyre.

domingo, 2 de enero de 2011

La guerra contra las máquinas: F=10 - V=1. Gana V.

Llevo tiempo observando como ha ido creciendo el número de métodos para detectar billetes falsos en todos los comercios. Muy probablemente ustedes también se habrán percatado.

Lo cierto es que yo recuerdo con tanto cariño como nostalgia al pescatero, el buen amigo de mi abuelo que todos conocíamos como Morquer, cómo le explicaba a mi madre que él podía distinguir los billetes buenos de los malos por el ruido y el tacto. De aquello debe hacer no menos de veinte años y hoy no deja de asombrarme que lo hiciese con los dedos húmedos y a buen seguro medio entumecidos entre el pescado fresco y el hielo para conservarlo. ¡Cuánto frío que hacía en el mercado fuese invierno o verano!

Pero los tiempos cambian y esa experiencia y formación autodidacta hoy se suplen con la tecnología. Por supuesto también porque las técnicas de los falsificadores no son las que eran y progresa casi a la misma velocidad que los sistemas anti-copia.

Por ello contra ese ingenio delictivo se distribuye entre comercios de todo tipo, en primer lugar oficinas bancarias y centros comerciales, pero también hasta la panadería de la esquina, diferentes artilugios para detectar el engaño.

En toda esa inventiva están las maquinitas que leen los billetes, los rotuladores de tinta, y la luz ultravioleta. Y de todos estos son los primeros, las maquinitas de detección de billetes falsos, los más avanzados porque se sirven de diferentes elementos para determinar la validez o no de un billete: leen el hilo de seguridad, las bandas magnéticas y tintas infrarrojas, y verifican el tamaño y gramaje del billete. Su fiabilidad es altísima (incluso de un 100%), y es muy poco probable que un billete falso termine en el cajón si se usa correctamente el artilugio.

Claro que la máquina no está preparada para el factor humano...

Apuesto a que más de uno de ustedes ha vivido esta situación aunque quizá no se haya percatado de la jugada. Presten atención porque yo no dejo de asombrarme de la conclusión.

Imaginen esta escena: realizan su compra en un supermercado, o donde sea que tengan un detector de estos; preferiblemente en una superficie donde no traten con el dueño (será el único que se salte las normas y es posible que no haga uso de ella). Pagan por supuesto en efectivo y con billetes, no importa que sean de pequeño o gran valor, de 5 o de 50 euros, aunque para el experimento les recomiendo que los acaben de sacar del cajero y usen los más nuevos que éste les entregue. Y aquí, amigos, observen cómo reacciona la persona que les cobra. Introduce el billete o los billetes por la máquina hasta que llega uno que el aparato determina que no es bueno y lo devuelve como falso. No importa. El dependiente volverá a pasarlo por segunda vez. Y nuevamente el aparato se niega a validarlo como bueno. Tercer intento y tercera negativa. En ese momento el dependiente comienza a ponerse nervioso, pero insiste de nuevo. Cuarto intento. Cuarto falso. Quinto intento. Quinta negativa. Sexto intento. Sexto rechazo. En este momento sería muy estúpido que el dependiente devolviese el billete al cliente, porque el cliente se empieza a impacientar, y muy posiblemente a molestar. Séptimo intento. Séptimo NO. Octavo intento. Octavo “pitido billete falso”. Noveno intento. Noveno billete falso. Y al décimo intento, (por ejemplo), “PIIIIIIIIIIIT”...... Billete bueno. El dependiente abre el cajón y lo admite como bueno.

¿Cómo es posible que la máquina rechace 6, ó 10, ó 12 veces el medio de pago, y por una sola vez que dijo que era auténtico el humano lo da por bueno? ¿Durante diez intentos fue falso, y porque se volvió bueno solo en uno, el dependiente acepta como bueno 1 resultado frente a 10?

Como dice ese anuncio de la tele: el ser humano es increíble...

Entiendo que la norma de la empresa sea “no coger ningún billete que no haya sido analizado por el detector de billetes y validado como bueno”. Entiendo en un supuesto que la máquina diga que es falso y la persona dude, porque justamente los billetes demasiado nuevos lo son tanto que parecen falsos. Entiendo que el último filtro para admitir un billete o un medio de pago es una persona. Pero no entiendo que necesite diez intentos para ello.

Por supuesto las máquinas no se equivocan: hacen aquello para lo que han sido programadas, aunque a veces eso signifique errar por falta de datos y/o excepciones. Pero por eso mismo si la persona determina que el detector se equivoca no tiene que perder el tiempo. Si una máquina se equivoca y yo lo sé no necesito insistir hasta que cambie su respuesta por azar o estadística.

Si al cabo de 10 análisis falsos el dependiente mete el billete en el cajón después de haber obtenido un solo resultado “auténtico” queda muy claro que no lo hace porque la máquina se lo dice sino porque él lo decide.

Y en última instancia, ¿cuántas veces debe rechazar un billete el detector para que el dependiente admita que tal vez es realmente falso?