lunes, 3 de diciembre de 2012

El hombre invisible

Herbert George Wells publicó El hombre invisible en 1897. Es una obra clásica dentro del género de ciencia ficción, y ha sido llevada al cine en numerosas ocasiones. La penúltima versión de ellas (seguro que no tardarán en volver a versionarla), se estrenó el año 2000 con el título El hombre sin sombra. La dirección corrió a cargo de Paul Verhoeven, y fue protagonizada por Kevin Bacon. A pesar de que la película tomaba la idea principal de la obra de Wells, al igual que otras versiones no tiene nada que ver con la novela.

El hombre invisible consta de 28 capítulos y un epílogo, y se divide en tres partes claramente diferenciadas. En la primera parte se presenta el protagonista como alguien misterioso que se aloja en una fonda de Iping, donde suceden algunos acontecimientos extraños. Durante esta parte, el narrador se refiere a él como “el huésped, el visitante, o forastero”. En la segunda parte asistimos a su huida y búsqueda de un compinche, convertido ya en “el hombre invisible”; y por último el protagonista toma conciencia de su poder, e intenta imponer su propia ley. En esta última parte, el narrador se refiere a él por su nombre: Griffin. La acción transcurre durante finales del siglo XIX y se desarrolla durante pocas semanas.

A lo largo de las tres partes de las que se compone el relato, vamos viendo una evolución del personaje. Vemos cómo el personaje se mueve de la soledad y la frustración inicial hasta un estado de desesperación que le sume en una profunda ira. Dominado por este estado, el hombre, convertido en científico, se transforma en un monstruo, un ser sin conciencia al que no le importa ejercer la violencia para alcanzar su fines, y cuya meta no será otra que la del poder absoluto desde la más ciega vanidad. Y de esta forma, en las últimas páginas vemos al hombre invisible convertido en un loco, en alguien que se cree mejor que los demás porque ha realizado un gran descubrimiento: la invisibilidad.

El final es ciertamente impredecible, y el estilo de Wells tiene una agilidad y ritmo propio del relato periodístico, con la sensación de que estamos ante un relato verídico, narrado con gran cercanía, como si el autor/narrador hubiese hablado con los protagonistas y se hubiese documentado de primera mano. Estas artimañas narrativas tan efectivas son las mismas que encontramos en La máquina del tiempo (1895), y que luego Wells repetirá en La guerra de los mundos (1898).

En fin, lamento que no haya versiones cinematográficas modernas fieles a la novela, aunque seguro que todo se andará, porque estamos ante uno de esos clásicos imprescindibles, y totalmente recomendable.

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